lunes, 19 de enero de 2009

Álvaro Uribe, el ubérrimo

Hoy es claro que en Colombia sectores del establecimiento están por entero comprometidos con la violencia legal y subrepticia que ha anegado en sangre a la nación.

Por: Mario López


Hoy es claro que en Colombia sectores del establecimiento están por entero comprometidos con la violencia legal y subrepticia que ha anegado en sangre a la nación.

Fue en septiembre de 1985, el propio presidente Belisario Betancur dijo en plena plaza de Puerto Boyacá, cuna del paramilitarismo: "ahora cada habitante del Magdalena Medio se ha levantado para constituirse en un defensor de esa paz, al lado de nuestro ejército, al lado de nuestra policía...". Luego en 1987 el ministro de justicia en ejercicio, José Manuel Arias Carrizosa: "El gobierno defendió la consolidación de los grupos de autodefensa y advirtió que están amparados en la ley y en la constitución"; el ministro de Defensa, general Rafael Zamudio Molina hizo coro: "si las comunidades se organizan, hay que mirarlo desde el punto de que lo hacen para proteger sus bienes y sus vidas".

Antes, la normatividad que acompasaba la acción violenta de grupos privados había sido aportada por los gobiernos de Guillermo León Valencia (presidente 1962-1966), en la época de las "Repúblicas independientes" y un poco más tarde Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) que terminó cediendo ante los latifundistas asediados por robustos movimientos de campesinos sin tierra. Sería César Gaviria (1990-1994) quien mediante decreto crearía los "servicios especiales de vigilancia y seguridad privada" y luego Ernesto Samper (1994-1998) puso en práctica las Convivir.

Pero de todos ellos el líder más instrumental y funcional, en ambas direcciones, con estos grupos ha sido el doctor Álvaro Uribe Vélez. Como gobernador de Antioquia hizo su aporte solicitando que se permitiera el uso de armas de largo alcance por parte de estas organizaciones para "convertirlas en grupos de acción inmediata en apoyo de las Fuerzas Armadas". Y bajo su prenda los paramilitares se convirtieron en una nueva expresión de gobierno. De esta manera las bandas de asesinos creados para contrarrestar el efecto de las guerrillas tendrían la cobertura legal, logística, política y militar para acometer la labor sucia que antes perpetraban directamente agentes del Estado. Además podrían moverse al amparo de los narcotraficantes, ganaderos, terratenientes y jefes locales para correr cercas, desplazar, torturar, masacrar campesinos y líderes sociales e imponer políticas en las regiones y luego en todo el país.

Fue un viceministro quien a nombre de unos ganaderos contactó al mercenario israelí Yair Klein para que instruyera los primeros grupos. Las armas a montones entrarían por el Caribe, los celosos organismos de seguridad mirarían para otro lado. Con estás se desplazaría a millones de jornaleros, se acabaría la vida de más de 3 mil luchadores sociales y de 4 candidatos presidenciales: Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Luis Carlos Galán. Estos hombres, de seguro, en vida, tuvieron la dolorosa circunstancia de interpelar en la política a los determinadores de sus asesinatos que compartían curules en el congreso.

Todo esto está documentado en el libro A puertas de El Ubérrimo escrito por Iván Cepeda y Jorge Rojas (Random House Mondadori, noviembre 2008). El primero es filósofo y el segundo es periodista, ambos son defensores de derechos humanos y han vivido en carne propia la persecución y la violencia de los señores de la guerra y han hecho una compilación juiciosa del fenómeno.

Álvaro Uribe Vélez es el hijo ideal que millones de parejas provincianas y urbanas colombianas siempre desearon tener. El memorioso de la clase con pinta de seminarista aplicado. Blanquito, de ojos claros, cabello corto, peinado al lado rematado con penacho ligeramente ondulado y línea al costado bien definida. Vestido azul oscuro, corte clásico, camisa inmaculada y zapatos negros siempre lustrados y bien apuntados. Su voz es suave y su tono no pudo desprenderse del ambiente paisa forjado entre el beneficiadero de café, los pastos del ganado y los caballos de paso fino. Su baja estatura lo obliga a sentarse al borde de la silla para no perder el contacto con el piso, la espalda recta como ordenan los cánones del buen comportamiento; pocas veces se le ve cruzar las piernas y pareciera que además lo hace para no arrugar el vestido. Su mano extendida al saludar se queda rígida como cuando la posa en su pecho para acompañar de pie el himno nacional.

Como buen político sabe como presentarse en cada escenario. El poncho y sombrero blancos si hay que visitar comunidades humildes. El traje sobrio de colores grises u oscuros en la diplomacia. El carriel y el trago de aguardiente sobre un potro brioso, sin darle ventaja en la brida, cuando de recibir a finqueros y vecinos en El Ubérrimo se trata. En los palacios de gobierno hecha mano de su paso por Harvard y Oxford. En los consejos comunitarios de los sábados pone en práctica su talante perfeccionado en el concejo, alcaldía, gobernación, senaduría y presidencia. Se mueve con igual holgura en el acto de masas, el avión, el palacio, la fonda o los potreros de la hacienda. Su verbo alcanza para convencer a los desaparrados que no es clientelismo repartir cheques del erario personalmente; a los colombianos, que la seguridad democrática consiste en viajar en carro por las carreteras; a los EE UU, para que sigan girando dólares so pretexto de enfrentar la insurgencia sin que los capos del narcotráfico desabastezcan de cocaína las calles gringas.

Colombia que se comporta como una anciana tomada por el alzheimer ve en Uribe a un hombre providencial. Católico y rezandero, aunque visita con igual fervor las iglesias regentadas por El Vaticano, los coliseos tomados por las sectas milagreras o los consultorios de los metafísicos. Pero todo esto es en apariencia porque Uribe no es más que el típico politiquero colombiano hijo del Frente Nacional. Liberal y progresista mientras ese partido y el discurso de salida negociada al conflicto tuvieron éxito. Cuando vio la desazón que producía en el país la postura de las FARC revivió el porte reaccionario, de resolver todo con el machete, que subyace en el colombiano promedio y en conjunción con la caverna nacional y de mano del presidente George W. Bush se dio a la tarea de refundar la patria insuflándola de la retórica del terror. Aunque diera la impresión que descendió de los cielos tan solo hace 6 años, toda su vida Uribe Vélez ha hecho proselitismo, y esto en Colombia significa ser calculador, diestro en el atajo y maestro de la rapacería. Su propia madre fue senadora de la República. Y su padre contó entre sus amigos a caballistas, ganaderos, finqueros y narcotraficantes. Es decir, a las autoridades de provincia.

El Ubérrimo una de sus fincas, tal vez, la más emblemática, aunque sus zamarros han recorrido propiedades en 25 haciendas más, está en el corazón del enjambre paramilitar de Córdoba y por ende del país. Adquirió ese predio a principio de los años 80s del siglo pasado coincidiendo con las primeras reuniones de los "paras" convocadas por los Castaño. Desde ese periodo ninguna actividad protagonizada por las bandas de paramilitares ha sido ignorada por el patrón de El Ubérrimo. Conoce en detalle a la clase política, tanto como que entraron en masa a sus partidos uribistas; distingue por su nombre a ganaderos, terratenientes y caballistas como quiera que con ellos discutiera sobre aguas, riegos, cercas, precios, ferias y aparceros. El campo es su pasión y desde allí parten sus valores y principios sobre la propiedad y la libertad. Aprendió que en la dehesa la pertenencia se marca con hierro al fuego y vio a su padre tumbar a cachetadas a potros briosos. Por eso no es caricaturesco ni ofensivo afirmar que Colombia está gobernada por el capataz de la hacienda. Ese es el gobierno que mejor le viene. Al fin y al cabo, con todo y lo que se esfuercen en mostrar al país como una democracia consolidada y ejemplar, éste no es más que un gran latifundio con aguas, pastos, tierras y climas generosos merodeado por millones de menesterosos. Quién no posea el título escritural será siempre señalado de abigeo. El fenómeno Uribe no es más que la ratificación centenaria de ese suelo feudal que no se paró en mientes en el momento de decidir la liquidación física de su libertador cuando osó chistarle reparos a los señores de la Nueva Granada y luego ha sido la guadaña la que sentencia la suerte de quien se atreve a cuestionar al patrón. En pocos años cuando el dueño de los aperos sea reemplazado la historia lo recordará como el rejoneador que mejor faena le dio a la bestia paramilitar que le correspondió en suerte.

Pero claro, también es justo decirlo, la insurgencia no está exenta de que ofrezca excusas y explicaciones por su enorme responsabilidad en la patria funeraria que no se cansa de embalsamar sus muertos, porque sin su denodado concurso, no estuviéramos hablando de la vida y obra del ubérrimo.

Caracas, Enero 2009. marpez01@gmail.com


Ubérrimo: Adjetivo, superlativo, indica que una tierra presenta gran abundancia de productos naturales. Fértil, feraz, fecundo, productivo, prolífico, abundante, rico, opulento, pletórico.
http://www.telesurtv.net/noticias/opinion/582/alvaro-uribe-el-uberrimo/

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