Gaza, (dpa) - Una interminable fila de personas se agolpa ante la panadería del barrio de Rimal, en la ciudad de Gaza. Todos quieren comprar pan el quinto día consecutivo de permanentes ataques áreos israelíes. Un hombre que no tiene paciencia tiende dinero a un joven al inicio de la cola para que le compre una hogaza, pero en vez de los cinco shekel habituales le da diez, en pago del tiempo que se ahorra.
Ante la tienda dos vigilantes se ocupan de que los clientes entren sólo de uno en uno para evitar un asalto masivo a ese preciado alimento.
Abdullah Wadi, de 36 años, se queja de no haber comido pan desde hace dos días. "Y miren esta cola que cada vez es más larga", decía hoy. "Pero lo que nos falta principalmente es la seguridad en nuestras propias casas y en las calles, y eso es más importante que los alimentos y la electricidad". Israel debe "poner fin de inmediato a esta agresión y al baño de sangre", exige.
Más de 390 personas han muerto desde el comienzo del ataque aéreo y más de 1.800 resultaron heridas, mientras numerosas familias lloran a sus seres queridos o esperan que logren sanarse.
Después de cinco días de ataques continuados de la aviación israelí sobre objetivos del movimiento radical islamista Hamas, los nervios de muchos habitantes de la franja costera están a flor de piel: la vida cotidiana que ya dificultó el bloqueo israelí, convirtiendo la consecución de los productos más básicos en una costosa lucha, es aún más dura con los ataques.
Unos 700.000 habitantes de la Ciudad de Gaza no tienen suministro de electricad o agua desde hace tres días y casi todos los negocios permanecen cerrados. Sólo algunos supermercados siguen abiertos, pero incluso en ellos las estanterías están casi vacías. Muchos sólo salen de sus casas en caso de extrema necesidad o para proveerse rápidamente.
El profesor de 45 años Fathi Sabbah, con aspecto muy cansado, permanece cerca de la entrada del dificio de varias plantas en el que vive. "Los jets de combate israelíes nos obligan a un toque de queda", asegura. "No se sabe nunca dónde o cuándo golpearán o si dispararán contra una casa o un edificio, así que mejor nos quedamos en casa".
Imad Suleiman, de 38 años, cuenta a su vecino que ha pasado la noche en la cocina junto a su mujer y sus tres hijos, por primera vez en su vida. "Por el momento es el lugar más seguro de la vivienda", explica. La cocina da a dos edificios colindantes en el que sólo viven civiles y ningún miembro de Hamas. "Creemos que ahí no atacará la aviación israelí", dice Suleiman con aspecto extraordianriametne tenso. Sus hijos permanecen en casa, pues desde el inicio de la operación "Plomo Fundido" los colegios y jardines de infancia están cerrados".
En las calles sólo se ven algunos coches. Mohammed Al Mugani, de 55 años, es uno de los pocos que está fuera. "Ya he recorrido decenas de negocios y supermercados", asegura, "pero ni siquiera se puede comprar harina o leche". En muchas casas en la Franja de Gaza faltan los bienes más básicos de la vida cotidiana. Algunas gasolineras siguen abiertas, pero no siempre tienen gasolina. Cientos de personas esperan para recibir combustible.
La escasez ha provocado una considerable subida de los precios. Una bombona con 13 kilogramos de gas para cocina, que antes del bloqueo israelí de hace un año costaba unos cien shekels (casi 19 euros), es ahora más de cuatro veces más cara.
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Hace 7 años
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